miércoles, 26 de agosto de 2015

Blanca y radiante va... la niña de los anillos

Pues eso. Que tras arduas negociaciones (que incluyen amenazas, juramentos, suplicas indignas, conatos de ataques de ansiedad, cambios de fechas, recortes en la lista de invitados hasta casi no ir ni nosotros y amor, mucho amor), el Cangués y una servidora nos casaremos en un par de semanas ante los ojos de unos pocos elegidos (pero pocos, pocos) y el señor concejal que tenga a bien enviarnos el Ayuntamiento de Piloña al cacho de prao con mejores vistas del mundo.


Una de las cosas que más ilusión me hacía de tener a la Cachorrina antes de casarnos, es que después ella podría estar en nuestra boda y llevarnos los anillos, divina ella, con su vestido de chantilly, su coronita de flores y sus encantadores rizos, con su padre esperando mientras ella corría loca de contenta a sus brazos y yo hacía lo propio detrás del brazo de mi padre mientras sonaban gaitas y todo era paz y armonía ceremonial.

Pero ahora que tengo a la Cachorrina loca hiperactiva me temo que el día de la boda decidirá endemoniarse porque no querrá ponerse el vestido, ni las flores, y se poseerá como la niña del exorcista si intento ponerle en los pies las bailarinas ideales a juego con el conjunto, en lugar de sus cangrejeras molonas con purpurina. Y correrá escapando de mí por el prao, monte abajo, y se pondrá perdida de "verdín", y me lanzará los anillos a la cara, y yo la perseguiré gritando en arameo antiguo y terminaré echa un asco, dando el si quiero con el vestido sucio, el pelo revuelto, nuevas líneas de expresión en la cara y una esperanza de vida más corta.

Pero... ¿y lo bien que lo vamos a pasar?