Cuando el Cangués y una servidora éramos sólo dos, o si acaso, dos y un barrigón, íbamos a la playa prácticamente con lo puesto, el bikini o bañador debajo de la ropa, la toalla al hombro, la crema para el sol y a correr. Disfrutábamos muchísimo de escaparnos a la playa para aprovechar cualquier rayo de sol que se dignara a lucir en nuestra Asturias Patria Querida. Pero las cosas han cambiado radicalmente desde que la Cachorrina entró en nuestras vidas, y desde que el destino tuvo a bien situarnos en una Isla paradisiaca, con calas de arena blanca finísima y aguas cristalinas color turquesa, y 300 días de sol al año.
Ahora la playa forma parte de nuestro día a día, -no pongo rutina diaria, pero nos falta el canto de un duro para ir día sí día también-, pero nos hemos encontrado con que no es tan fácil como antes ir a darnos un chapuzón y que en lugar de ir a la playa a relajarnos volvemos más estresados que si hubiéramos estado dando voces al teléfono, comprando y vendiendo acciones en Wall Street. Pero aún así, nosotros insistimos, que no se diga que no nos gusta un quítame de ahí esa arena.
El caso es que nosotros nos levantamos un nuevo día de cielo azulísimo y calor y con unas horas libres por delante, y casi sin pensar -a lo mejor si nos detuviéramos a meditarlo un segundo la cosa cambiaba...- decidimos que nos vamos a la playa. Y entonces empieza lo bueno: antes de salir de casa hay que encontrar a la Cachorrina, que desde que gatea uno no sabe nunca por donde puede aparecer, y hacerle un placaje de Pressing Catch para echarle crema factor "escomoestaralasombra" 50+, mientras se revuelve por escapar, te quita el bote de las manos y se chupa la crema con ansiedad. Una vez encremada la peque y preparados con biberones de agua, chupetes extra, pañales y todos los trastos que habitualmente llevamos de paseo con nosotros, sólo nos queda coger las cosas para la playa que incluyen: una giganto bolsa para nuestras toallas, cremas, gafas de sol, libros -sí, llevamos libros, no porque vayamos a tener ni un solo segundo para leer, es por el placer de cargar con ellos y llenarlos de arena sin sentido-, una cesta con juguetes de la Cachorrina aptos para ser rebozados en la arena y/o tirados al agua, un cubo con su pala, su regadera, su rastrillo, sus moldes con forma de cangrejo y estrella de mar, y esas cosas que se convierten en armas letales en manos de la nena, la lancha hinchable para que la Cachorrina navegue o se quede a remojo modo piscina con sus cachivaches, la sombrilla para que no se tueste con el sol, muselinas por si se echa la siesta, la silla-hamaca plegable para el Cangués (ésta ya es por vicio, que una vez metidos en el lío, nos venimos arriba y cargamos con lo que nos pongan por delante), termo con la comida de la peque y una colección de sombreros para la nena que va alternando a la misma velocidad que se los quita y los pone a remojo.
Total, que cargados como mulas tordas pisamos la arena no sin antes distribuir el equipaje: Cangués con silla de la Cachorrina que no rueda en la arena, la nena en la silla enloqueciendo por ver el agua, sombrilla en el hombro izquierdo, y giganto-bolsa en el derecho, y la menda lerenda, con cubo y pala en una mano, silla plegable en la otra, cesto de juguetes en el antebrazo izquierdo, termo con comida en el antebrazo derecho, lancha motora al cuello que no me deja avanzar y que se engancha con la silla y me hace tropezar tropecientas veces mientras doy saltitos porque quema la arena, mientras cruzamos en peregrinación tooooda la playa porque nos gusta ponernos en la orilla, mireusté -debo decir que ésto de la orilla nos gusta aquí en la Isla que no hay mareas, porque lo que es en Asturias si te pones en la orilla y te sube el agua, en un abrir y cerrar el bote de crema, te encuentras mar adentro, en aguas internacionales-.
Una vez aparcamos la silla de la Cachorrina, sacamos las toallas, clavamos la sombrilla, montamos la zona de juegos de la nena, le ponemos el bañador y nos encremamos todos, tenemos que echar a correr al agua para que la peque deje de comer arena intentando ir ella sola, así que nos hacemos a la mar con la lancha llena de juguetes y de agua que la Cachorrina se empeña en beber chupando con ansia todo lo que ya tenga un mínimo sabor salado, mientras tira por la borda el primer sombrero, jugamos en el agua hasta que estamos todos arrugados, y cuando salimos toca sesión de furia para secar a la Cachorrina, ponerle un pañal limpio, un bañador y un sombrero secos y una segunda capa de crema. La situamos en medio de 3 toallas gigantes perfectamente limpias de arena y dispuestas para que juegue tranquilamente, mientras el Cangués y yo la observamos de pie, sin sitio donde ponernos, -porque la silla plegable ya os dije que la llevamos por el placer de cargar-, y observamos como en medio segundo, el fruto de mi vientre, ha arrastrado todas las toallas, enterrado las manos en la arena, se la ha tirado por la cabeza y se come un buen puñado con una mano mientras con la otra se hace un peeling en las corneas, dejándose los ojos rojos y llorosos como si viniera de un after. Y entonces volvemos al agua a quitar el rebozo que se ha formado entre la arena y la crema, y a tratar de que la peque escupa y abra los ojos de nuevo, y volvemos a salir y a secarnos, y ponernos un bañador seco y el tercer sombrero, porque el segundo también ha sucumbido al baño. Y así nos da la hora de comer, y la sentamos en la silla, pero se endemonia y se lanza de cabeza contra la lancha, y decidimos darle de comer en la lancha, y así entre cucharada y cucharada puede darle algunos lametones al hinchable que todavía sabe a mar, y consigue coger arena de la pala y se la lleva a la boca a la vez que la cuchara con el puré, y como le pican los ojos del primer peeling, se hace otro, pero éste con vitaminas, que incluye verduras y proteínas además de arena, y antes de irnos hay que meterla en la ducha a ver si lo arreglamos, y nos llega la hora de irnos, y, sin haber puesto el culo en la toalla -ni en la silla plegable-, sentamos a la Cachorrina, recogemos las toallas en la giganto bolsa, recopilamos bañadores y gorros que estaban secando, hacemos recuento de bajas de los juguetes que traíamos, desplegamos la silla, sacudimos arena de los libros, limpiamos restos de puré y arena de la lancha y el rastrillo, desmontamos la sombrilla, y volvemos cargados por donde vinimos, dando saltitos porque quema la arena y más agotados que si hubiéramos estado 8 horas picando piedra en la Camocha. Y lo peor de todo es que nos vamos felices y deseando volver mañana.
¡¡Seguid tan guap@s!!