jueves, 21 de mayo de 2015

El pingüino pródigo

Que la Cachorrina tiene mala uva es algo más que comprobado y sufrido por quienes las conocemos. Cuando algo no sale como ella quiere, no obedeces sus órdenes o le concedes todos sus deseos, entra en un bucle de violencia callejera la mar de chungo. Y si osas llevarle la contraria ella contraataca con la primera cosa que se le ocurre. 

En su favor debo decir que tiene buen fondo y después de ponerse echa una furia, cuando se le pasa la rabieta, se queda como arrepentida, te pone su mejor cara de “estoypacomermeabesos”, te regala una caída de pestañas que te deja indefenso y te da unos abrazos maravillosos con sus bracitos regordetes que son de morir de amor directamente. (Chantajista de manual).

El caso es que el otro día, volviendo de la playa, un pingüino de peluche pagó las consecuencias de la ira de la nena, cuando el Cangués la cogió en brazos para llegar a casa porque se estaba entreteniendo con cada piedra, hoja, flor o caca de perro del camino. Se enfadó tanto cuando vio que no podía seguir su paseo porque ya se hacía tarde, que no se le ocurrió mejor manera para entorpecer la maniobra que lanzar al suelo al pobre pingüino. Y lo hizo con tan mala leche que decidimos que ahí se quedaba el pobre animalito.

Es que te mira con esos ojinos...


La Cachorrina puso cara de no entender nada al ver que no nos parábamos y que el pingüino se quedaba tirado en el suelo y dejó de protestar más rápido que inmediatamente. Llegamos al portal y la peque y yo nos metimos en el ascensor, ella en silencio absoluto, mientras el Cangués se escabullía a rescatar al pobre pingüino.

Entramos en casa y al cerrar la puerta la Cachorrina reaccionó y se quedó pegada a la puerta llamando a “inguino-inguino-inguino”, a lo que yo, aguantando las ganas de achucharla porque estaba para comerla con su carita de pena llamando al peluche, le expliqué que el Pingüino no estaba, que ella lo había tirado y que no se podían tirar las cosas porque se perdían. 

El caso es que después de su baño y ya con el pijama puesto, en cuanto tuvo los pies en el suelo, echó a corrrer de nuevo hacia la puerta llamando al “inguino” yo aquí ya moría de amor y pena a partes iguales-, así que el Cangués sacó el pingüino y se lo dio; ella rió, lo abrazó y os juro que le caían las lágrimas no sé si de felicidad de que el pingüino hubiera encontrado la forma de volver a casa, como el Almendro por Navidad, o de pena por haber pagado con él su frustración y haberlo dejado tirado. 

Y la pobre lo abrazaba sin parar y nos lo daba a su padre y a mí para que lo abrazáramos también (ahora mamá, ahora papá, ahora Nerea, mamá, papá, Nerea, mamá, papá, Nerea...,) contentos todos de su regreso. Así que terminamos los cuatro (Cachorrina, Cangués, servidora y pingüino) en el suelo de la cocina abrazados para dar la bienvenida al animalito... Surrealista, sí, pero tannnnnnn bonito. 

La Cachorrina estaba tan contenta con su regreso que casi le tuve que poner su plato de sopa caliente al pobre animal, para compensarle el mal rato.

Debo decir que desde esa noche la Cachorrina duerme abrazada a su pingüino, ése que encontró la forma de volver solito a casa para estar con ella... Así que sí, tiene mala leche, pero ¿es o no es para morir de amor?

3 comentarios:

  1. Morir de amor irremediablemente

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  2. Yo también me la hubiera comido a besos.

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  3. Ainss pues sí, es para morir de amor no sé cómo pudiste contenerte ya en el ascensor.

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