El miércoles la cachorrina cumplió sus primeros dos meses de vida (fuera del vientre de su madre) y se me hace rarísimo porque no me había dado cuenta de que había pasado tanto tiempo ya desde que le vi la carina por primera vez.
En estos dos meses muchas cosas han cambiado, porque la peque crece y evoluciona a un ritmo que no hay quien lo siga y porque nosotros -el cangués y una servidora- vamos aprendiendo con la técnica ancestral del ensayo-error (errando mucho, antes de acertar, claro).
La lactancia materna, que fue muy dura las primeras semanas, se ha convertido en algo placentero que me encanta compartir con mi cachorrina. Del caos de los primeros días con tomas larguíiiiiiisimas cada hora y media o dos horas -incluso cada hora, sin exagerar-, hemos ido separando las tomas. Digo "hemos" para que parezca que hubo consenso y que el Cangués y yo pintamos algo, pero vamos, que es todo cosa de Nerea, que es la que manda y ella sola va pidiendo su ración de leche cada más tiempo.
Las noches han pasado de estarr más horas despiertos que dormidos durante su eterna crisis de crecimiento, a lograr dormir 6, incluso 7, horas seguidas esta última semana así que estamos que no nos lo creemos y parece que mis ojeras de malo de Disney ya casi se pueden disimular con un poco de corrector.
La peque, además, ha pasado del famoso (y falsísimo) comer y dormir, a estar despierta la mayor parte del día, observando todo lo que hay a su alrededor y sonriendo a diestro y siniestro a todo aquel que le echa un piropo o le hace una monería (si es que es una mimosa -y una facilona, la verdad-).
Lo que nos parece increíble es lo que cambia en tan poco tiempo y nos morimos de la pena pensando que ya ha dejado de ser y parecer un recién nacido para ser un bebetón regordete que lo mira todo con ansia y se muere de la risa con cualquier cosa. Aaayssss, ¡qué penita ir quemando etapas tan rápido!
¡¡Hasta el próximo post!!