domingo, 9 de abril de 2017

Fast and Furious I

Que los coches y yo no hacemos buenas migas es algo que sabe cualquiera que me conozca desde hace un tiempo. Esto se debe, principalmente, a que mi índice de siniestralidad es absurdamente alto, si lo comparamos al número de veces que cojo el coche. Y digo absurdamente, porque al volante me han pasado las cosas más pintorescas: desde reventarle una rueda y doblarle la llanta al coche de mi padre, a reventarle dos (sí, dos, por que yo lo valgo) al coche de mi prima unas semanas después; dejar la ventanilla abierta en el túnel de autolavado y hacerle una limpieza íntima al coche y, por el mismo precio, a mi padre y a mí que estábamos dentro; estrellar el coche contra una barandilla por intentar salir de una rotonda por el carril de entrada --yo es que vivo muy intensamente--, con la madre de una de mis mejores amigas dentro cuando íbamos a verla al hospital; abollar el techo del coche al cerrarse la puerta del parking justo cuando yo pasaba; chocar frontalmente contra una hilera de carritos de la compra en el aparcamiento del súper, muy normal todo... y aquí lo dejo porque estoy a una anécdota más de ir yo misma a entregar mi carnet a la Dirección General de Tráfico.

El caso es que, cuando nos mudamos a la isla, el trabajo me obligó a volver a coger el coche, a mí, que había prometido por la Ley de Seguridad Vial que no volvería a pilotar y que me echaría un chófer, o un bonobús en caso de seguir siendo pobre. Así que me vi en la tesitura de tener que conducir todos los días, veinte kilometros de ida y veinte kilometros de vuelta entre mi casa y la oficina... Y sobreviví, oiga, y el coche también. Ni un rasguño. Nada. Ni yo me lo creía. Toma McLaren.

Como coger el coche ya no me suponía un problema, no tuve dudas para utilizarlo para llevar o traer a la Cachorrina del cole los días de lluvia en los que no puedo ir empujando la silla gigante de la miniCachorrina, con Nerea a remolque, con la pose que se me pone de Jorobado de Notre Damme --qué pena--. Así que un día de diluvio universal me decido a salir con Claudia en el coche al encuentro de su hermana. Y yo que recordaba que la Cachorrina, que no dormía nunca, se sentaba en su sillita del coche y se quedaba frita, me pensaba que la Cachorrina 2.0 haría lo mismo y que iría durmiendo plácidamente durante el trayecto de ida y vuelta al cole, en el que yo podría conducir relajada y cantar a grito pelao aquello de "Súbeme la radio que esta es mi canción...". Pues no. Claudia no soporta el coche. Lo odia. Prefiere ayunar una tarde que subirse en un bicho de esos. Es poner en marcha el coche y poseerse: empieza a llorar como una loca, a cambiar de color pasando por todos los tonos de rojo hasta que se pone granate y a amenazar con vomitar o dejar de respirar directamente, lo que le venga primero. Todo para que yo conduzca al borde del infarto cerebral o de la angina de pecho, lo que me venga primero.

Con este plan, he de decir que la ida la llevé más o menos bien, porque son 5 minutos que pasan volando y en los que cantando a grito pelao "La vaca lechera", "Cinco lobitos tiene la loba", "Los pollitos dicen pío, pío, pío" y otros hits del estilo, consigo que Claudia descanse en sus llantos, para coger aire, al menos, y cuando quiere endemoniarse del todo ya estamos en el aparcamiento del cole; pero la vuelta... AY, LA VUELTA...


Continuará...

lunes, 20 de marzo de 2017

Para que no se le olvide...

Hace poco leí un artículo la mar de triste (tristísimo) escrito por una mamá que contaba cómo el ciclo de la vida hace que los hijos, con el paso de los años, no recuerden todo lo que sus padres hacían por ellos. Me quedé en shock porque no me había planteado que es cierto: que los millones de recuerdos que yo intento grabar a fuego en mi mente desde que mis cachorrinas nacieron, se difuminarán en su memoria hasta desaparecer casi por completo. 

Por si ese artículo fuera poco, me encuentro en una semana en la que la Cachorrina 2.0 cumple sus primeros 6 meses de vida y con que ayer mismo fue el Día del Padre y  he tenido la poca vergüenza de no encontrar tiempo para dedicar unas líneas a ninguna de las dos cosas. Y no puede ser, hombre ya.

Nerea, como hermana mayor y Cachorrina primogénita, ya tiene algunas pinceladas de sus primeros meses y años de vida, que espero, no ya que le hagan recordar, que será imposible, pero sí que la ayuden a formarse una idea de lo que significa para nosotros desde que salieron las rayitas rosas en el test de embarazo, de lo que nos esfrozamos porque crezca sana y feliz, y también, por qué no, de que sepa la guerra que dió.

Pero Claudia, --mi Clauchi Cuchi, mi bebé gordita, ClaumiClau--, no tiene en estos primeros meses casi ninguna referencia de lo que nos ha supuesto su llegada, ni cómo vivimos miles de primeras veces con ella, y por eso hoy quiero enmendar un poquito mi falta de tiempo y mi escasez de entradas en este nuestro blog, dedicándole estas líneas, para que no se le olvide...

Me gustaría poder expresar con palabras lo preciosa que eres, lo bien que hueles, la mirada limpia que tienes y las sonrisas que nos regalas desde que amaneces temprano por la mañana (muy, muy temprano, debo decir). Poder plasmar la cara de tonto enamorado que se le queda a tu padre cuando entra por la puerta y tú le recibes con tus gorgoritos, desde la hamaquita en la que gozas de rechupetear todo lo que ponemos en tus manos o ríes a carcajadas las monerías de tu hermana. 

Me encantaría que algún día pudieras recordar las horas al día que nos turnamos para llevarte en brazos por toda la casa, porque no nos importa que te acostumbres, porque sabemos que crecerás y no querrás más brazos, ya que en pocos meses querrás investigar, correr y jugar por tu cuenta, y no hay tiempo que perder: tenemos que disfrutar de llevarte cerquita y olerte y achucharte y comerte a besos esos mofletes que son una tentación constante. Y si los brazos ya no tienen fuerzas, la mochila nos deja disfrutar de tus siestas (cortas, de gato, 20 minutos de nada, a lo sumo) en primera línea.

Ojalá algún día leer esto te permita hacerte a la idea de lo que te quería tu hermana con sus 3 añitos de vida, que ya muere por que le dejemos darte biberones, por jugar contigo, por hacer payasadas para que rías a carcajadas (nadie como ella para lograrlo), por darte el cambiazo si tu chupete le gusta más que el suyo. Que se levanta por la mañana remungando y jurando en arameo antiguo hasta que te ve y se le iluminá la cara mientras corre a abrazarte. Que sale del cole preguntando por su hermanita y casi vuelca tu silla del impulso que coge para darte besos. Que te defiende ante cualquiera, cuenta contigo para todo (nunca olvida que ahora somos una familia de 4) y te dice lo guapa que eres.

Quisiera que pudieras visualizar lo comestible que eras, con tus rechoncheces, tus pliegues por todas partes (cómo se puede tener un michelín en la nuca, por favor te lo pido), tu eterna sonrisa, tu lengüita fuera esperando chupar cualquier cosa, tu pelito liso (pelo pincho que te dice tu hermana), tus manos y pies gorditos con los que intentas agarrar sin mucho éxito cualquier cosa.

Porque en estos 6 meses nos has enseñado a quererte mucho, a cantarte, a disfrutarte ,a querer hasta dormir a tu lado. Nos has llenado la casa de trastos (que pereza de cuna, hamaca, cambiador, trona, bañera, gigantosilla, y qué ganas de que desaparezcan oiga), de grititos, de llantos de bebé, de biberones, papillas, leche regurgitada, bodies y pijamas pequeñitos, de sueño a todas horas (que nos vamos contigo para la cama anes de que se jueguen el rosco en Pasapalabra, muy lastimoso todo), de recuperar juguetes de la Cachorrina con sus musiquillas que taladran el oído. 

Aunque no pueda escribir todo lo que me gustaría, no quiero que se me olvide. No quiero que se te olvide. 

sábado, 31 de diciembre de 2016

2016

31 de diciembre. Último día del año y una se da cuenta, así, repasando los últimos doce meses y como quien no quiere la cosa, de que ha tenido el poco tiempo y la desvergüenza de no dedicar unas líneas a lo más importante que me ha traido este 2016. Porque entre mala vida, agotamiento, calor sofocante, pieses como botijos, virus varios, festivales de guardería, horas de parque, contracciones infernales, horas intentando mantenerme despierta delante de los libros, victorias, derrotas, intentos frustrados de convertirme en funcionaria, viajes, alegrías, disgustos, mudanza, nuevos amigos, Frozen en bucle, carreras al cole, rabietas de órdago, hormonas en ebullición, Brexit, Trump, gobierna tú, que no, que gobiernes tú, la Bicicleta, Juegos Olímpicos,  Hacienda no somos todos y otras muchas cosas, el 14 de septiembre, casi un mes antes de lo previsto, la vida nos hizo el regalo más increible del mundo. 

El más bonito, el que mejor huele. 

La mayor ternura, el mejor abrazo, la risa más inocente y pura. 

Nos concedió el lujo de que Claudia llegara a completar nuestra pequeña gran familia.

Felicidad.

Amor sin límites.

Ganas de comérnosla a besos. De hacerla reir a cada instante.

Amor de hermana. Amor de padres. Infinito.

Si algún día mi pequeña Claudia llega a leer este desastre-blog de su madre, verá cuánto hemos esperado, querido y lidiado con la Cachorrina y el poco tiempo, poquísimo, que su madre tiene para dedicarle a ella unas palabras. Solo quiero que sepa mi minicachorrina, que todo el tiempo que no estoy dedicando a escribir, estoy dedicándolo a quererla mucho. 

Que no me caben en un blog todas las cosas buenas que nos ha traido y que nos hace sentir. 

Que no hay palabras que expresen lo dulce que es su mirada y lo maravillosas que son las sonrisas que regala tan generosamente.

Que la queremos, que se nos cae la baba. 

Que si no la tuviéramos, la pediríamos a los Reyes.

Que tenerla es, de lejos, la mejor decisión de mi vida.

Que gracias a ella, ya estamos todos.

El 2016 fue un año raro, difícil, pesado... pero qué queréis, siempre será el año mágico en el que Claudia atrapó mi dedo -y mi corazón- con sus manitas...