miércoles, 24 de septiembre de 2014

Ni contigo ni sin ti

Hace unos días, al Cangués y a mí nos regalaron (un ángel del cielo -¡¡gracias!!-), la posibilidad de escaparnos dos días enteros, con sus dos noches, y todas las horas de en medio, para dedicarnos a nada más que a mirarnos el ombligo, -cada uno el suyo, o el del otro, da igual-, sin Cachorrina de por medio, ni madrugones, ni despertares nocturnos de esos que restan años de vida, ni vueltas y vueltas (y vueltas y vueltas...) en el parque, ni bibes, ni purés, ni cacas, ni Canciones de la Granja... sólo dos días para relajarnos y disfrutar de unos instantes de paz, amor y felicidad parejil, mientras los abuelos y las tías se pelean por la custodia temporal de la nena, cuando estemos de visita en Asturias.

El caso es que, teniendo en cuenta que la mayor parte del año vivimos lejos de la familia, sin nadie con quien soltar a la Cachorrina -ni una tarde para ir al cine, ni media hora para ir a la pelu, ni ná-, cualquiera podría pensar que saltamos de alegría y que si por nosotros fuera, en lugar de dos días, sería una quincena, pero a la hora de la verdad, el Cangués (que es un blando) lo único que pudo pensar fue "¿cómo vamos a estar dos días enteros sin ver a la Cachorrina?". Y así fue, tuvimos que pedir una reducción del plan a sólo un día y una noche de relax. 

Lo peor de todo es que yo estaba de acuerdo con él, e imaginar no verla tanto tiempo se me hacía rarísimo, así que no pude evitar pensar en que la maternidad/paternidad es una contradicción continua, un ni sí ni no, ni todo lo contrario, un ni contigo ni sin ti de libro, y a los hechos me remito:

-Por mucho que nos quejemos de la mala vida que nos da la peque, separarnos de ella nos parece como separarnos de una parte de nuestro cuerpo, como si tuviéramos que pasar el fin de semana sin una pierna, oiga.

- Si los días se nos hacen eternos, y parece que no se terminan nunca cuando tienes que pasarte horas corriendo detrás de ella por casa, en el parque, recogiendo, limpiando lo que ensucia, cantando, jugando, dando desayuno, comida y cena, despertándote las veces que haga falta en una noche y paseándola kilómetros de pasillo para que se calme y se duerma, el caso es que los meses y los años se quedan en nada y pasan tan deprisa que ni te das cuenta de lo rápido que crece. ¿Cómo narices pueden ser los días tan largos y los meses y años tan cortos?

- Aunque estemos semanas organizando un plan sin ella para desconectar, y cantando a los cuatro vientos que por fin seremos libres unas horas, nos pasamos esas horas pensando en qué estará haciendo, si se estará portando bien, llamando para preguntar cómo está, y muriéndonos de risa recordando sus caras, sus gestos, sus gritos de loca y toda la mala vida que puede estar dándole en ese momento a quién la esté cuidando.

- A pesar de que muchas veces yo juro que la regalaría sin remordimientos al primero que pasara por la calle y prometiera darle cariño, hay otros momentos en que la miro y siento que si la quiero más exploto, y tengo que respirar profundo y coger aire porque el amor no me cabe en el pecho.

-Me paso la vida muriendo de ganas por un plan de adultos, y al final resulta que mi momento favorito del día sigue siendo cuando estoy con ella tirada en la alfombra jugando, riendo y robándole achuchones.

- Aunque la mayor parte del tiempo estemos agotados porque nos cuesta seguirle el ritmo, y no paremos de quejarnos de lo que nos cambió la vida a peor en muchos aspectos, lo cierto es que ya no querríamos una vida en la que no estuviera ella.

Vamos, que nos quejamos de vicio, porque no hay nada que nos guste más que verla jugar y reír y crecer y aprender, y que un lametón suyo bien vale un día eterno de mala vida.



¡Que tengáis buena semana!

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Una mañana cualquiera...

Se escucha un grito por encima de los decibelios permitidos en cualquier ordenanza municipal, el Cangués y yo pegamos un bote en la cama y nos damos manotazos no sabiendo muy bien dónde estamos ni por qué... "¿qué pasa? ¿qué pasa?"... Son las 6:30 de la mañana, y sólo han pasado dos horas desde la última vez que nos despertamos. En medio de la confusión un nuevo grito con tono de "soyyoestoyaquísoladespiertaysindesayunarasíquevenirperoya". Vale, es la Cachorrina -otra vez-, "tú la entretienes y yo voy a prepararle el bibe".

Cuando vuelvo de la cocina con el biberón, el Cangués se hace el muerto, todavía con los ojos pegados y el susto en el cuerpo, mientras la Cachorrina lo zarandea, se le sube encima agarrándole de los pelos, le hinca una rodilla en las costillas y le mete un pie en un ojo gritando como un masai enfurecido. 

Se toma el bibe de un trago, sin respirar y pide que la dejes en el suelo. La llevamos al salón y la ponemos en la alfombra con sus juguetes. En cuestión de 5 minutos hace recuento de muñecos, que consiste en cogerlos uno a uno, mirarlos, zarandearlos para comprobar si suenan; si no lo hacen, golpearlos contra el suelo o la mesa del salón, darles unos lametones y tirarlos por encima del hombro para pasar al siguiente. 

Hecho el recuento, sale gateando como una bala hacia el baño para poner en práctica su nueva habilidad de abrir el grifo del bidé y ponerse a beber como si de una fuente se tratara. Lo pone todo perdido de agua, así que me la llevo de nuevo al salón, donde vacía todos los cajones del armario, para, al terminar, escapar de nuevo al baño. La devolvemos al salón y antes de que nos podamos calentar el Cola Cao en el microondas, la tenemos en la cocina limpiando el suelo con el paño que colgaba del horno y tratando de meter la mano -y la cabeza- en el cubo de la basura. Le lavamos las manos y la devolvemos con sus juguetes pero, antes de poder abrir el paquete de sobaos, la tenemos de nuevo en la cocina vaciando cajones. La llevamos por enésima vez al salón, cambiándole los muñecos por otros para que la novedad la entretenga (con la consiguiente rueda de reconocimiento: coger, zarandear, golpear, chupar, tirar). 

Entonces, descubre al Cangués comiendo fruta en la terraza y sale pitando hacia allí a ver si le cae algo. El Cangués renuncia a comer tranquilo al fresco y se mete dentro para que la nena no se restriegue por el suelo de la terraza ni se eslome con el ventilador del aire acondicionado. Así que todos al salón y puerta de la terraza cerrada, cuyo cristal ahora la Cachorrina se dedica a lamer y a frotar con sus manos regordetas impregnadas de restos de melón. Cuando me dispongo a limpiar la puerta, ella aprovecha para salir corriendo de nuevo al baño. Pero como le hemos cerrado la puerta, va a su habitación donde tiene más cajones que vaciar, y donde puede ponerse de pie a zarandear la cuna agarrada a los barrotes, gritando en arameo antiguo. 

Se cansa y vuelve gateando al salón para buscar la cartera de su padre y vaciarla en el suelo. Acto seguido, sale corriendo de nuevo a su habitación, pero en medio del pasillo decide entrar en la nuestra para tirarnos los libros de la mesita de noche. De repente se echa a llorar, porque se ha pillado los dedos con la puerta de la habitación, cuando intentaba arrancar el tope. Vamos corriendo: "sana, sanita, culito de rana...". Y volvemos con ella al salón a jugar, pero sólo conseguimos entretenerla con unos cuentos unos minutos; luego vuelve a la carga y a correr de acá para allá como si el biberón, en lugar de leche con cereales, llevara Red Bull. 

Para bajarle las pulsaciones, le ponemos a Miliki en el ordenador para que baile un rato, y que nos deje unos minutos de paz en los que, en tiempo récord, recogemos el caos y destrucción que reina en la casa, y hacemos como que ponemos orden.  Entonces descubro que también se ha hecho caca. La llevo al cambiador para quitarle el pañal sucio y me enfrento a una espiral de violencia callejera: se retuerce, patalea y grita como si en lugar de el pañal fuera a quitarle una pierna, así que tengo la difícil tarea de cambiarla y vestirla mientras le hago un placaje de lucha libre. Después de 10 minutos de combate cuerpo a cuerpo, consigo que esté vestida y adecentada y me dedico un rato a cantar y jugar con ella. Pero el cuerpo ya le pide calle y corre hacia la silla porque muere por salir de casa, así que la siento y salimos por la puerta en dirección al parque, donde nos espera una mañana de vueltas sobre nosotras mismas y bucles de entrar y salir por la puerta del parque y arrastrar los pies por las hojas el suelo. 

Y allí, yo miro  a otros niños de su edad sentaditos en un pacífico ir y venir en sus columpios, y después miro a mi Cachorrina, y la veo subir y bajar cien veces el mismo escalón en una espiral de la que no puede salir, con su cántico zulú, y no puedo evitar preguntarme si es algo que nosotros hemos hecho mal o es que la nena está como unas maracas de Machín. 

Y sólo son las 10.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El bautizo "civil" de la Cachorrina

Desde el momento en que decidí convertirme en mami, decidí también -si tenía la suerte de que el papi estuviera de acuerdo conmigo-, que no bautizaría a mis hijos ni les educaría en base a ninguna creencia religiosa; y eso, a pesar de que yo misma estudié 14 años en un colegio de monjas.

El caso, es que como no habría religión que inculcar, no habría bautizo, ni, por tanto, padrinos que guiaran en la fe a la nena. Pero en vista de que nuestros caminos se alejaron de nuestra Asturias Patria Querida, para situarnos hoy en la Isla, el Cangués y yo pensamos que no le vendrían mal a la Cachorrina unos guías en asturianía, que recordaran a la peque de dónde viene, y cuáles son las costumbres, características y elementos típicos del Paraíso que la vio nacer -cosas que se le ocurren a una en el exilio, vaya-. Así que ni cortos ni perezosos, y a mí que me gusta más una celebración que a un tonto un lápiz, aprovechamos la fiesta del primer cumple de la Cachorrina para bautizarla con agua asturiana y nombrar a sus padrinos, que para jurar el cargo debían comprometerse a guiar a la nena en asuntos de vital importancia.


Así aguantó la pobre, con su corona y todo, durante la celebración (todavía no me creo que no me mandara a freír espárragos con el invento)

Y ésto fue lo que los padrinos, Sonia y Juan, prometieron cumplir:

"- Prometéis recordar a la Cachorrina que, viva dónde viva, aunque sea en una isla paradisiaca con sol, ella es asturiana y oviedista; carbayona y canguesa.

- Prometéis enseñarle el Himno de Asturias, el Asturias de Víctor Manuel y hasta el de Melendi, y explicarle que son himnos que la gente canta cuando está contenta y que al terminar se grita ¡Puxa Asturies!

- Prometéis hacer que conozca y quiera la geografía de su tierrina, con su mar de montañas, picos nevados, valles verdes, playas dignas del paraíso. Y que aprecie la diversidad de sus pueblos, gentes y tradiciones.

- Prometéis aseguraros de que aprecia la gastronomía asturiana: la comida de sus abuelas, la fabada, el potaje de berzas, los frixuelos, el arroz con leche y les casadielles.

- Prometéis enseñarle que la manzana y la sidra forman parte de lo que ella es y que el vino de Cangas lo lleva en la sangre.

- Prometéis enseñarle a ganar y a perder, y a apoyar su oviedismo en las buenas y en las malas, que sepa el himno del Oviedín y que su color es el azul.

- Prometéis enseñarle a ser generosa y que el vasu sidra ye pa compartir y el bollu preñao y la empanada tienen que dar pa todos.

- Prometéis inculcarle el amor por los viajes y las ganas de conocer mundo, pero que siempre, vaya donde vaya, tiene que llevar la bandera de Asturias.

- Prometéis transmitirle sensibilidad por el arte, para que aprecie la arquitectura de un hórreo, sepa bailar el Xiringüelu o la Jota de Cangas, o se le pongan los pelos de punta al escuchar el sonido de una gaita.

- Prometéis enseñarle a ser sociable y disfrutar con su familia y amigos de las fiestas de prao, las espichas, las fiestas del Carmen, San Mateo, y saber quiénes son Pinón Folixa y el Topu Fartón. .

Podéis entonces bautizar a Nerea, con agua del río Narcea, como carbayona, canguesa y asturiana, en el nombre de Pelayo, la Santina y don Carlos Tartiere."





Y para que conste a los efectos oportunos -y los padrinos no olviden sus promesas-, aquí queda expuesto ;)

¡Seguid tan guap@s!



miércoles, 3 de septiembre de 2014

El parque

Desde que la Cachorrina llegó a nuestras vidas y me convertí en madre a tiempo completo -que por aquello de estar al paro, ni un ratito tiene una para escaquearse-, decidí que donde mejor estábamos la nena y yo era al fresco. Y me tomé la decisión tan a pecho que puedo decir que hiciera frío, calor, diluviara en Oviedo, viniera una nueva era glaciar en Pamplona o  nos sudara la vida -que dirían en Gandía Shore- de calor en la isla, la Cachorrina y yo no nos hemos quedado en casa ni medio día. (Una vez escuché a alguien (muy sabio) decir que los bebés desde que nacen, se tienen que acostumbrar a todas las condiciones climatológicas, y puedo decir que la Cachorrina ya está hecha a todo y que le ha venido genial porque en este, su primer año de vida, no ha tenido ni un triste resfriado, una tos, ni unos mocos, ni fiebres altas, ni gastroenteritis, ni ná de ná: salud de hierro, oiga!!)

El caso es que al principio, la Cachorrina era tan pequeña que sólo nos dedicábamos a hacer miles de kilómetros de un lado para otro, sin rumbo fijo, o mirando escaparates, que es lo que quería mami; pero al cumplir más o menos seis meses, la peque ya se aguantaba perfectamente sentada y descubrimos que le encantaba columpiarse, así que empezamos a hacer miles de kilómetros de parque a parque, pero sin asentarnos en uno, así en plan nómada: hoy en éste, mañana en el de más allá y pasado en uno que esté lejísimos para que se me quiten las ganas de vivir a la vuelta empujando la silla (esto me pasa mucho). 

Como la peque todavía no interactuaba con otros niños, y se limitaba a dejarse columpiar y a ir a su bola de aquí para allá (o más bien de aquí, para aquí, que lo suyo es caminar en círculos), lo mismo nos daba dar vueltas sobre nosotras mismas en un parque que en otro, así que no éramos fieles a uno en particular. Además, así entre parque y parque paseábamos y mi espalda descansaba de estar agachada con la Cachorrina y se me pasaba antes la mañana, -que, para el que no lo sepa, una hora de parque con un bebé que empieza a caminar, equivale a unas 7 horas y media de vida adulta sin hijos-.

Pero un buen día, en uno de los parques al que íbamos de vez en cuando, unas niñas sacaron los juguetes que llevaban y poco a poco, otros niños fueron sacando los suyos y sentándose a jugar cada uno con las cosas de los demás; y la Cachorrina, al ver un montón de juguetes por ahí desperdigados, vió abrirse ante ella un mundo de posibilidades para chupar juguetes ajenos, y se apuntó en seguida al asunto; así que después de meses de peregrinaje nómada de parque en parque, comenzamos a socializar. Ella descubrió que había más nenes y nenas con muchos juguetes a los que ella podía dar lametones en un descuido, y yo descubrí que hay padres y madres que todavía están peor de lo suyo que una servidora, con los que poder compartir experiencias, trucos, o lamentos varios de la mala vida que nos dan los peques. 

Y de pronto el tiempo en el parque ya no es tan largo y además de entrar y salir por la puerta del parque 200 veces en un bucle sin fin, -de ahora quiero entrar: doy cuatro pasos, ahora quiero salir: cinco pasos, quiero entrar: cuatro pasos, quiero salir: cinco pasos...- una puede charlar con adultos y sentirse acompañada en el malvivir, y aprende que puede que no lo esté haciendo tan mal, porque todos estamos igual de perdidos en esto de criar bestias pardas, y que doce ojos ven más que dos para tenerlos a todos controlados. 

Además, es la mar de divertido escuchar las teorías, experiencias y tácticas ninja que cada uno utiliza con sus retoños para conseguir mantenerlos sanos y salvos, y hacer de ellos personas de bien, cada uno en su estilo: la madre angustiada, el padre pasota, el pedagogo místico, la madre sobreprotectora, el vivalavirgen... Y es genial ver que todos ellos, por muy diferentes que sean, por muy cuesta arriba que se les haga a veces esto de la paternidad y por muy perdidos y agotados que estén, miran igual de embobados a sus cachorros y responden con la misma alegría a cada una de sus sonrisas. Es la magia de tener hijos... y también, la magia del parque.

Y vosotr@s, ¿sois fieles a un parque?, ¿os habéis hecho vuestro grupo de peques y de padres y madres agotad@s?

Seguid tan guap@s y hasta el próximo post!!