Hoy tuve mi primera experiencia con la prueba de monitorización fetal, más comunmente conocida como "monitores". La prueba consiste básicamente en tumbarte en una camilla y que te "enchufen" unos sensores en la tripa que miden la frecuencia cardiaca del bebé, sus movimientos, las contracciones uterinas y el efecto que éstas tienen sobre el bebé.
En mi caso, debo empezar diciendo que durante tooooooda la noche (unas 7 horas de insomnio e incubación de ojeras) tuve contracciones un poco molestas cada 10 - 12 minutos, por lo que subí a monitores feliz como una perdiz pensando que el parto era inminente... Nada más lejos de la realidad: en cuanto puse el culo en la camilla de la sala de monitorización, ni una contracción más, pero ni una. Lo que confirma mis sospechas de que la cachorrina es más de torturarme con nocturnidad y alevosía que de manifestarse a horas prudentes.
Estuve una hora entera en aquella camilla mientras unas gráficas recogían los latidos del corazón de la peque y el ritmo de sus movimientos. Pues bien, resultó que se ratifica lo que yo venía notando, y es que la cachorrina es un polvorín que no para quieta, ya que mientras a las otras mamis les tenían que estimular a sus peques con unos aparatos de ruido en la tripa, a mí cada vez que pasaban me decían que la mía no necesitaba estimulación, que ya venía estimulada de casa... menudas gráficas oiga. Un no parar de picos por todas partes y de patadísimas que me iba a dando Nerea que en un par de ocasiones consiguió descolocarme todo el aparataje que tenía atado al barrigón. ¡Esta niña está muy loca! Pero tan loca que ella misma se pone nerviosa y de tanto moverse le daban picos en los que le subían mucho las pulsaciones (se supone que lo normal es estar entre 120 y 160 pulsaciones por minuto y la cachorrina llegaba en ocasiones a 180), así que me mandaron una hora a dar un paseo y me hicieron volver a tirarme otros 45 minutos en la camilla de monitores para ver si la niña estaba muy loca de continuo o podía relajar un poco. Y resultó que sí relajó, seguía moviéndose mucho pero ya mantuvo las pulsaciones constantes entre 130 y 150. Lo que fue un alivio porque yo ya le había preguntado a la matrona si es que me iba a salir la nena hiperactiva (ya visualizaba al Cangués corriendo detrás de ella) a lo que la buena mujer me respondió con un preocupante "no tiene por qué", que me dejó acariciando la idea de pedir una valeriana -o una inyección letal- ante lo que se nos podía venir encima.
Una vez comprobado que la niña no era una histérica, sino que podía mantenerse cuerda (pataleando, eso sí), me soltaron y me dejaron ir a casa no sin antes recordarme que si se me repetian las contracciones y se hacían más frecuentes (cada 5 minutos), o rompía la bolsa que subiera a urgencias. Y si no, pues que esperara a mi cita con la ginecóloga de mañana, en la que espero que pueda decirme si las contracciones que estoy teniendo ya me han hecho dilatar algo o han ayudado a borrar el cuello del útero.
A pesar de los pesares, y aunque la nena apunte maneras para volverme loca una vez fuera, viendo que sus gráficas de movimiento parecen los Picos de Europa, sigo deseando que salga y verle la carita, así que espero impaciente el momento del parto (Nere, ¡sal!).
¡Seguiré informando!