miércoles, 25 de febrero de 2015

La Cachorrina quiere ser mamá

Hace tiempo asistí a una charla en la que una abogada nos explicaba cómo evitaba educar a sus hijos en la tradicional dicotomía rosa y azul para diferenciar al niño de la niña. Hasta ahí, me parece estupendo, aunque a mí el rosa me pirra. Pero luego quiso rizar el rizo, a mi modo de ver, explicando como a su hija le compraba Madelmanes destructores y a su hijo Barbies y Nenucos, porque entendía que los juguetes estaban orientando a los niños hacia unos roles determinados. Y, en parte, estoy de acuerdo con esa afirmación, especialmente cuando veo una fregona de juguete de color rosa, porque si una niña juega a limpiar la casa, no es porque sea inherente a su persona, es porque lo ve a hacer a sus padres en casa y ella quiere imitar todo lo que hacen los adultos, y lo mismo si es niño.

Pero, yo que soy de un feminismo más relajado, del vive y deja vivir, -porque que hombres y mujeres debemos ser iguales en derechos y deberes me parece tan obvio que no me gusta la reivindicación constante del nosotras y nosotros-, no podía evitar imaginarme a la hija de la buena mujer dándole biberones al anfetaminado guerrero, y al niño tratando de destruir al enemigo a base de patadas voladoras con la Barbie Princesa Prometida.

Y es que soy de las que piensa que hombres y mujeres somos maravillosamente diferentes, ni mejores ni peores, con nuestros pros y nuestros contras; complementarios en cualquier caso. Y que lo mismo que somos diferentes físicamente, lo somos en nuestra forma de percibir el mundo y de interactuar con él, como sucede con cualquier especie animal. Y supongo que los padres de niños de ambos sexos podrán comprobar que aún educándolos de la misma manera, sus cachorros son diferentes a sus cachorras.
Aunque si algo es el ser humano, es complejo, y nada quita para que las niñas disfruten como locas de jugar con coches de carreras y que un niño quiera para Reyes la bañera cambiador de Nenuco. De hecho, mi corta experiencia como madre me enseña que todos los niños (hablo en neutro) disfrutan y juegan con cualquier cosa que se les ponga por delante, sea lo que sea y tanto si en el anuncio sale un niño o una niña.

Digo todo esto porque la Cachorrina tiene sólo año y medio y un instinto maternal que te quedas muerto en el sitio: acuna a sus muñecos, los acuesta, los tapa, los peina, les cambia el pañal y les da puré metiéndoles la cuchara hasta las amígdalas. Y nadie le ha dicho que lo haga, y lo hace hasta con Coco, que no es un bebé rosado precisamente, lo que me hace pensar que es una niña con una cierta tendencia innata a algunas formas de jugar, aunque ello no quita para que en el parque muera por una pelota y una moto (a ser posible ajena).

Con esto quiero decir que me parece peligroso coartar de alguna manera los instintos primarios de los niños por miedo a estar imponiéndoles unos roles sociales. En mi caso tengo muy claro que si la Cachorrina me pide coches de carreras y vestir como un Backstreet Boy, eso tendrá (aunque muera de pena porque, presumida que es una, querría ponerle vestidos y bailarinas y que fuera presumida y hecha un pincel), y lo mismo, si algún día tengo un niño que quiere jugar a la Nancy y a ser Princesa Disney. Dejaré que ellos decidan y yo intentaré fomentar que sepan jugar a cualquier cosa, pero lo que tampoco haré será tratar de luchar contra sus inclinaciones naturales para evitar que caigan en la diferencia hombre/mujer. Que la hay, hombre ya. Y yo estoy muy orgullosa de ser mujer y de aquello que me diferencia y quiero que la Cachorrina también lo esté. Además, si no fuéramos tan diferentes en muchos aspectos, en esta vida nos reiríamos la mitad. Aunque, por supuesto, hay excepciones, también. Maravillosas las diferencias y maravillosas las excepciones. Pero que la Cachorrina quiere ser mamá, es así(n).

miércoles, 18 de febrero de 2015

El ojo que no se abre

Cuando empecé a escribir este blog, en plena vida contemplativa de mi propia barriga, me las prometía muy felices y pensaba que podría tener un blog de esos súper activo escrito por madres que lo mismo te hacen cupcakes con la cara del primo de Dora la Exploradora para llevar a la guarde, que hacen recetas sanísimas a la par que divertidas para que sus retoños cenen sin rechistar la verdura con forma de colibrí y sueñen con ayudarte en la cocina nivel Máster Chef, que les construyen una aldea medieval para jugar a los castillos y las princesas con cajas de zapatos y plastilina, o que se sacan de la manga una estantería para los cuentos con una cortina de baño y unas chinchetas, y que encima tendría tiempo para publicarlo todo, haciendo, de éste nuestro blog, un espacio entretenido, didáctico y ameno.

Pero la cruda realidad es que cuando una está pensando en actualizar escucha una llamada de la selva, que no es otra que la Cachorrina, que asalvajada perdida se despierta y asoma en lo alto de la cuna balanceándose agarrada a los barrotes al grito de “U-U-U”, y la intento sacar y no me deja, porque lo que quiere es juerga y me lanza los juguetes y chupetes que acumula con ella, y cojines, y no me lanza el somier porque le pesa, y cuando la atrapo para cambiarle el pañal que pesa 8 toneladas se vuelve loca porque no le gusta dejar de jugar para que la despeloten en el cambiador, que es muy pudorosa ella, y a base de cantar por encima de los decibelios permitidos y hacer el mono (literalmente, el chimpancé o el gorila, según el día) consigo que se calme y me deje ponerle un pañal decente a estrenar, y cuando ya nos entendemos y me está contando en arameo antiguo sus cosas mientras yo asiento y pongo cara de “qué me dices, no!”, de repente se frota el ojo como una poseída, da patadas, se retuerce y llora como si no hubiera un mañana y a mí ya se me ponen los pelos de punta -y sufro lo que viene siendo el principio de una angina de pecho-, y trato de calmarla y comprobar qué ha pasado para ese estallido de violencia, y no me deja ni que la toque, mientras ella sigue frotándose el ojo. Consigo hacerle un placaje digno de la Super Bowl y echarle un vistazo. Y veo el ojo hinchado. ¡Pero cómo, si hace un segundo estaba bien! Y la niña no llora más porque no puede, y yo me empiezo a poner muuuy nerviosa, y mientras intento que no se tire del cambiador de cabeza ni se frote más el ojo, con la otra mano saco de la cómoda un poco de suero fisiológico, pero como no se está quieta , le rocío toda la cara, lo que la cabrea más todavía... y yo sudo, y ella llora, y yo la cojo y la abrazo, pero no se calma, y la tumbo en la cama e intento que me deje ver que le pasa en el ojo, y sigue pataleando, y ella grita y yo lloro y cojo el móvil y llamo a un taxi dispuesta a plantarme en urgencias en pijama y zapatillas y con la niña enloquecida, y entonces me doy cuenta de que el ojo no está hinchado... a ese ojo le falta algo... un momento... le falta pelo... las pestañas!!! La nena no tiene pestañas!!!! Y trato de abrirlo mientras ella me da patadas voladoras y sí, TODAS las pestañas de medio metro que tiene la Cachorrina están dentro del ojo!!!!!!!!!!!!!! TODAS!!!!!!!!!!!!!!! PERO CÓMO HAS HECHO ESO HIJA MÍA, PORFAVÓ!!!! Y vuelvo a poner en práctica una técnica ninja para inmovilizarla con una mano y tratar de abrirle el ojo lo suficiente para que las pestañas volvieran a su sitio. Y lo hicieron. Y la Cachorrina abrió los ojos. Y se calmó. Y yo respiré. 

Pero antes de que me diera tiempo a calcular los años de vida que me había quitado la crisis de las pestañas de la nena, ya la tenía desfilando delante de mis narices tocando la pandereta y tirando de mi para que leyéramos un cuento, o todos... Bendita capacidad de recuperación (0 a 100 en un nanosegundo)... 

Y así siempre. Estamos como para hacer la Casa de Mickey Mouse en papel maché o unos pasteles de puerros con forma de delfín... En serio, mamis chachis del mundo... ¿cómo lo hacéis?

miércoles, 4 de febrero de 2015

Semenamoraelalma...

Cuando voy a buscarte a la guarde, o llego a casa de trabajar y corres hacia mí contenta y me das los abrazos más bonitos que me han dado en la vida. Y entonces tiras de mi abrigo, para asegurarte de que me lo quito y me quedo contigo, para que no se me ocurra volver a marcharme sin ti a ningún lado.

Y entonces me siento un poco culpable por dejarte sola esas horas, por haber querido recuperar mi vida laboral en detrimento del tiempo que pasábamos juntas. Pero entonces pienso que las dos necesitamos nuestra independencia y nuesto espacio: yo, el de tratar con adultos y tú, el de jugar con otros niños, y echarnos un poco de menos; lo que ni por un segundo significa que te quiera menos, significa que te quiero mejor.